Los Frailes Minimos

"Francisco construyó dicho oratorio o iglesia y un pequeño monasterio; allí llevó una vida religiosa, eremítica, muy austera; (...) Acogió muchos seguidores en su comunidad, deseosos de llevar el mismo estilo de vida. Se sirven sólo de alimentos cuaresmales, (...) Viven santa, religiosa y caritatitamente. Su vida y la de la comunidad de sus eremitas ha sido y es de gran provecho para el bien de muchas almas, y por su medio se han realizado muchas obras buenas".
Mons. Pirro Caracciolo, súplica a Sixto IV, 1471).

 

Francisco de Paula ha querido y ha llamado a sus hijos "Mínimos", es decir, los últimos, para que, como los últimos, sean testigos y sirvan a la Iglesia en la construcción del Reino. El ideal evangélico de la conversión sintetiza la propuesta penitencial de la Orden de los Mínimos. A través de los votos, los frailes mínimos viven la plenitud de su consagración, imitando a Cristo en el camino de la penitencia evangélica. S. Francisco les ha exhortado, en efecto, a "dar frutos dignos de penitencia, bajo los votos de pobreza, castidad, obediencia y vida cuaresmal."
(III Regla, c.3)

Esta podría ser la imagen espiritual de los frailes mínimos de S. Francisco:

El fraile mínimo es un hombre que se reconoce a sí mismo como don de Dios. Acepta la propia fragilidad. No tiene miedo de mirarse tal y como es, es decir, necesitado de perfección. Sólo quien aprende a conocerse a sí mismo, puede tener un encuentro positivo con los demás, con la naturaleza, con Dios.

El "mínimo" es un hombre que vive su humanidad junto a los otros. Sin la relación con un "tú" no se puede ser persona auténtica. El fraile mínimo, al acoger a los demás, descubre la posibilidad de construir una comunidad de hijos de Dios. Para él la relación con Dios es la relación fundamental y privilegiada que da sentido a su vida; y Dios no es un Dios lejano e inaccesible, sino el Dios-con-nosotros, el Dios que se ha hecho hombre y compañero de camino.

El fraile mínimo no se coloca fuera de la trama social, ni mucho menos es sólo espectador de los acontecimientos humanos. Su relación con el mundo no es de contraposición, ni de huída, sino de escucha, de intercambio y diálogo. Él está en el mundo aunque no es del mundo, para ayudar al mundo a mirar y a caminar más allá de la historia.

Los frailes mínimos se componen de dos categorías: los sacerdotes y los laicos o hermanos conversos.

Los religiosos sacerdotes, que S. Francisco ha querido como profetas de conversión a través de la predicación de la Palabra de Dios y de la distribución de la misericordia de Dios, vuelven a proponer la persona del Santo como hombre de Dios que acogía con amor y paciencia a la gente, llamándola a la conversión y exhortándola a intensificar la propia relación con Dios. Están dispuestos a ir de lugar en lugar, conservando un estilo de vida sencillo y contemplativo, para anunciar a todos la Palabra de Dios "exponiendo a los fieles, en forma breve, los vicios y las virtudes, el castigo y el premio." (I Regla, c.3). Como S. Francisco, tratan de dejar en la gente la alegría que nace del encuentro con una persona consagrada al Señor.

Los religiosos laicos o conversos son aquellos que vuelven a proponer más de cerca el estilo de vida del Fundador y el de la primera comunidad de eremitas reunidos en torno a él. Al igual que S. Francisco, que en su penitencia y humildad ha sabido estar cercano a todos, sobre todo a los sencillos, compartiendo con ellos el peso del trabajo manual, el religioso laico, colaborando con el ministerio apostólico de los sacerdotes, expresa el servicio a los hermanos y al mismo tiempo contribuye a la buena marcha de la comunidad. En contacto directo con la gente, encarna la dulzura, la afabilidad, la misericordia, que caracterizaron la relación humana de S. Francisco.

 
 

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